Cómo aprendí a leer
Tenía apenas 3 años y unos días cuando los Reyes Magos me regalaron un Cinexin. Fui una niña muy tranquila y por eso no era raro que mi padre estuviese distraído leyendo el periódico en el cuarto de estar mientras yo me entretenía en la moqueta con mis juguetes nuevos.
- Ccciiinnn-e... Eeee... -dije de repente con esa cadencia típica de los niños que aprenden a leer, alargando tanto las letras.
Mi padre bajó el periódico de golpe y se me quedó mirando con los ojos como platos. Efectivamente, yo estaba enfrente de la caja señalando con mi dedito las letras y tratando de descifrar cómo se leía esa extraña letra en forma de aspa.
- Eeex... -dijo mi padre perplejo e incrédulo.
- Eeexiinnn - continué triunfante.
- ¡¡¡Glory!!! ¡¡¡¡Ven, QUE LA NIÑA SABE LEER!!! -gritó mi padre a mi madre, Gloria, que estaba en la cocina.
No recuerdo la escena, me la han contado, pero sí que recuerdo la caja del Cinexin (que aún duró unos años) toda llena de palabras escritas en mayúsculas por mi padre y mi madre para tratar de corroborar lo que no podían creer: "la niña" había aprendido a leer por generación espontánea.
Y quitando que no sabía cómo se leía la equis y que se le daba mejor leer las mayúsculas o la letra manuscrita que la tipografía de imprenta del periódico, efectivamente, "la niña" sabía leer.
Me encantaría que hubiesen grabado el momento (difícil, porque no teníamos cámara) y ver las caras de mis padres mientras leía una tras otra las palabras que me escribían: "LORENA", "PAPÁ", "MAMÁ"...
Evidentemente no había aprendido a leer por generación espontánea. Más bien las maestras (las "señoritas" o "seños" como solíamos llamarlas) de la guardería al ver mi capacidad de aprendizaje habían decidido, sin consultarlo con mis padres, enseñarme a leer.
La bronca que se llevaron por parte de mi padre y de mi madre (el lunes siguiente fueron los dos juntos a llevarme a la guardería y a hablar con ellas) fue monumental. Ellos, aún con lo jóvenes que eran (24 y 23 años entonces), tenían la firme convicción de que, lista o no, sólo tenía 3 años y debía hacer cosas de niña de 3 años.
Y no les faltaba razón porque lo que aún hoy todavía recuerdo vívidamente es cómo me llamaban a la mesa de la "seño" para leer las cartillas y, mientras pasaba al lado de los pupitres de los demás niños, pensaba que yo también quería meter las manos en pintura para jugar...