Jabba el Hutt
Yo iba la última y al girarme me pareció ver por el rabillo del ojo que los abrigos se caían. Me volví y los recogí del suelo y en ese momento me fijé en que había un chico sentado en la esquina del sofá. Era enorme. Salvando las distancias, por supuesto, me recordó a Jabba el Hutt, y cuando vio que dejaba los abrigos e intentaba parapetarlos para que no volvieran a caerse, se acercó y me dijo con una sonrisa que no me preocupara que él cuidaría de que no se volvieran a caer.
Le devolví la sonrisa y le dije que era muy amable. Me fui al baño y al salir él seguía ahí, sentado al lado de los abrigos. Me acerqué y le di las gracias por la custodia pero al girarme para unirme al grupo de gente con la que había ido al pub, él me tocó en el brazo. Me di la vuelta y me preguntó que de dónde era. Me dijo que había deducido que no éramos de Madrid. Le contesté que era de Castellón y con alegría me contó que había vivido varios años aquí.
Estuve un rato conversando con él acerca de mi ciudad, pero la verdad es que no estaba cómoda porque yo no estaba allí por placer, sino por trabajo y, amablemente, le dije que había sido un placer conocerle, pero que aquellos de allí eran mis jefes y compañeros ya que estaba en una cena de negocios y debía volver con mi grupo.
Me contestó: "Bueno, no te preocupes, que si tenéis que cerrar algún trato, yo soy un gran comercial. Venga, te ayudo".
Aquello ya hizo que me incomodase del todo y le dije educada pero firmemente que gracias pero no, gracias. Él siguió haciéndome preguntas, como si no oyese lo que yo le decía y yo, que a veces soy tonta y que además me han educado para no dar la espalda ni soltar improperios porque sí, pues ya nerviosa le insistía en que tenía que irme.
Como una salvación, vino una compañera a decirme que habían decidido ir al otro lado de la pista de baile. Le dediqué a mi "amigo" una media sonrisa y le dije que nos íbamos al otro lado.
- Ah, vale, ¡os acompaño! -me dijo.
- No -le contesté tajante. Mira, estoy trabajando, no puedes venir.
Y acto seguido me di la vuelta y me puse a seguir al resto de mi comitiva. Había gente en el trayecto y yo me había descolgado. Tuve que parar un momento para hacerme paso y de repente, sentí unos brazos alrededor de mi cintura. No me lo podía creer. Me giré de sopetón y me encontré de cara con Jabba que, como si fuera lo más normal del mundo, se puso a bailar "conmigo" con una risa.
- ¡Basta ya! -le grité y me desasí de su abrazo.
Pues aún así me siguió hasta donde se había sentado mi grupo. Le conté a mi jefe lo que me estaba pasando. Jabba se sentó en una especie de asientos justo al lado de los nuestros. No me quitaba ojo de encima. Yo estaba ya atacada de los nervios y conteniéndome para no montar una escena. Mi jefe, que es joven y que fomenta mucha confianza entre los trabajadores, se dio cuenta y me acercó contra él y me pasó un brazo por los hombros. No fue un abrazo y no lo hizo para tranquilizarme, lo hizo para enviarle un mensaje a Jabba, para "quitarme el moscón".
Y funcionó. Cuando al rato volví a mirar hacia donde había estado Jabba, él ya se había ido.
Más relajada, me integré en el grupo (mi jefe hacía tiempo que me había soltado) y pasado un rato, fuimos mi compañera y yo a bailar norecuerdoquécanción a la pista de baile. La pista estaba llena y yo bailaba enfrente de ella cuando noto que alguien me coge de una mano y me hace dar una vuelta sobre mí misma. Ahí estaba. Jabba había vuelto.
Me solté con violencia y le grité lo suficientemente alto como para que me oyera por encima de la música: "¡O me dejas en paz o te juro que llamo a seguridad!"
Se marchó. Y reconozco que aún me dio un poco de pena (como todavía me da ahora al pensarlo) pero es que de verdad que la situación fue muy incómoda para mí.
Y así fue como me creé una cuenta de correo que se llamaba "Forget about me Jabba", y así fue como me gané el apodo de Leia.
P.D.: Antes de que nadie diga nada, no, no llevaba ese bikini tan sexy...