Día 3
Esta vez, aprendida la lección, desayuné como si no hubiera un mañana y, gorra en mano, vaporizador y abanico (¡gracias por el consejo Víctor!) me fui hacia Musei Vaticani.
Tal y como esperaba no hice n-a-d-a de cola, ni un minuto. Había gente, pero entrábamos sin amontonarnos en ningún momento. La entrada, de 15€, tampoco está incluida en el Roma Pass. Me quedé con la boca abierta cuando vi a uno de los que vendían las entradas guardar un grosísimo fajo de billetes de 50€. Con ese dinero, recaudado en unas horas, comerían varias familias durante varios meses...
Como mi audioguía sospechosamente no tenía ninguna entrada para el interior de los museos del Vaticano, decidí coger una propia de allí, 7 € más para las arcas del Papa.
Estaba impresionada con la riqueza en patrimonio que hay allí. Vi casi todos museos, menos el filatélico y el numismático (que eso no me va mucho) y yo vagaba por los pasillos no sabiendo si admirar el suelo, las paredes con sus obras de arte o las bóvedas y techos, a cada cual más espectacular. Mientras recorría los museos, pensaba en que un experto en arte se pasaría años allí estudiando cada rincón de ese descomunal edificio.
Por supuesto que me impresionó la Capilla Sixtina, pero he de reconocer que lamenté no saber más de arte, para entender porqué la Capilla (que, insisto, es impresionante) está tan considerada a diferencia, por ejemplo, de las Stanze de Rafaello. Es decir, no sé decir la diferencia (aparte del tamaño) entre todo lo que pintó Rafaello en esas paredes y lo que pintó Miguel Ángel.
Tal vez si hubiese sabido porqué Miguel Ángel hizo cada cosa que hizo en esa obra de arte... Pero la audioguía que "alquilé" era malísima, súper aburrida y no aguanté las 7 pistas que había sobre la Capilla Sixtina contadas con esa voz tan monótona y sobre un discurso tan poco entretenido.
Me han dicho que la gente hace normalmente cola para entrar en los museos y después cola para entrar en la Capilla Sixtina y que, una vez dentro, te dejan muy poco tiempo para verla. No fue mi caso, no hice cola y además me senté en uno de los laterales que están habilitados para ello para contemplar esa maravilla con detenimiento.
En teoría no se pueden hacer fotos ni grabar vídeos. En la práctica todo el mundo lo hace, por lo que decidí no ser menos (sólo que la foto la saqué con disimulo y me salió un poco torcida :S).
Una vez admirado todo aquello, me dirigí a la Basílica de San Pedro.
Fijaos en el tamaño de las personas que están en la entrada de la basílica en comparación con las columnas...
Tengo que decir que al final la basílica es lo que más me ha impresionado de cuanto he visto. No podría decir que es impresionante porque me estaría quedando corta. La admiré con la boca abierta. La lástima es que me estaba quedando sin batería, por lo que no pude hacer muchas fotos.
Me dejaron sin habla La Pietà, por supuesto (que tuve que grabar en vídeo porque está protegida por cristal y se veía el flash si sacaba foto) y, como no, la impresionante cúpula de Miguel Ángel, que si no me equivoco, está a más de 130 metros de altura. Y no lo parece, parece liviana y suspendida en el aire. Madre mía, qué genio era Miguel Ángel.
Y también el baldaquino de Bernini, con 14 metros de alto, que está debajo de la cúpula y encima de la necrópolis donde están los supuestos restos de San Pedro (al parecer esto se está discutiendo recientemente).
En definitiva, uno se siente empequeñecido allí dentro y no me cabe duda de que esa era precisamente la intención.
Me marché reticentemente y con la sensación de que pocas cosas hechas por el hombre podrían impactarme más que aquello...
Paseando por Via della Conciliazione, fui a dar con el Castel Sant'Angelo. Cuentan que en medio de la gran peste que asoló Roma, Gregorio I vio en lo alto del castillo a un ángel, a San Miguel, envainando la espada, lo que se interpretó como el fin de la epidemia.
Seguí paseando, porque en verdad iba paseando, y me dirigí a Piazza Navona. Me encantó el ambiente bohemio de la plaza. Yo andaba un poco triste por aquello de la soledad, pero un gelatto riquísimo entre el gentío sirvió para levantarme el ánimo!
De allí me fui a ver el Panteón. Sé que suena repetitivo, pero es que no se me ocurre otra palabra aparte de "impresionante". ¡Está magníficamente conservado! Es increíble que una sola ciudad posea tanto patrimonio artístico. Entré dentro y me quedé maravillada también con la cúpula. Si bien es cierto que la basílica de San Pedro es impactante, hay que recordar que se construyó en el siglo XVI, mientras que el Panteón se construyó más de un siglo antes del nacimiento de Cristo!! No puedo describir qué sentí estando de pie delante de un edificio construido hacía más de 2.000 años y que todavía se conserva allí, imponente.
Había decidido ir a cenar al Trastevere, así que me encaminé hacia allí, pasando primero por Bocca della Verità de nuevo, sólo para comprobar que volvía a estar cerrada...
Fui a visitar la iglesia de Santa Maria del Trastevere y me quedé horrorizada por su aspecto exterior, ¡qué fachada tan fea! Sin embargo dentro es una preciosa iglesia con una preciosa bóveda.
Como aún era pronto, decidí ir a tomar una copa antes de cenar. Me tomé una caipirinha que yo no sé qué llevaba, pero fui haciendo eses un buen rato! Intenté encontrar una tratoría que me habían recomendado pero, o bien por el alcohol o bien porque la han cerrado, no logré encontrarla. Acabé cenando en un restaurante asiático, no todo iba a ser pasta y pizza, ¿no?
Tras la cena me fui hacia el metro más cercano (que estaba a pateo y medio del Trastevere) y con suerte pude pillar el último (en Roma el metro sólo circula hasta las 23:30h) para volver al hotel. Estaba simplemente agotada.
Intenté conectarme a Internet con el resultado por todos sabido y me fui a dormir arrastrando los pies. Al día siguiente no haría muchas fotos (casi lo había visto todo) pero me sucedería la anécdota más rara de toda mi estancia en Roma...