El dinero no da la clase.
Aparece ella. Camina espasmódica por los tirones que le va pegando su cachorro de Bull Terrier. Hace tiempo que dejó atrás los cincuenta. Rubia platino, con unas gafas de sol estilo Ray Ban Wayfarer pero de pasta de concha y doradas. Lleva una chaqueta de Roberto Verino y unos pantalones vaqueros un poco bombachos, de esos que tienen los bolsillos bajos, como de mitad trasero hacia abajo. Lleva unas deportivas estilo Converse pero doradas también. Debe de llevar más de mil euros en ropa y complementos encima en un estilo que, en mi opinión, le queda más esperpéntico que otra cosa dada su edad.
Cuando nos acercamos ya la oigo con voz estridente gritarle a su perro para que deje de tironearle: "Estáte quieto, joder!".
Nuestros perros se saludan y se ponen a jugar. Ella me dice: "Es que mi perro es muy cabrón, a ver si va a hacer daño a la tuya. Porque mira que es cabrón, es un cabrón de cuidado".
De repente, sin saber muy bien a cuento de qué, se gira y les increpa a los críos que están jugando a la pelota: "No me vayáis a dar un pelotazo, eh? Que como me lo déis..." Vuelve a mirarme y me dice: "Estos niños son un peligro", a lo que le digo que a mí nunca me han hecho nada.
Ella me mira de frente y con su voz estridente y gritona me regala esta perla de sabiduría:
- Que sí, que sí, que el día menos pensado me darán un pelotazo los niños estos de los cojones que vete a saber de dónde son, que cada uno es de un sitio distinto. Anda ya, que se vayan a su puto país a comer mierda y basura, coño.
Me hierve la sangre, los ojos como platos y la mandíbula desencajada. Voy a decirle del mal que se tiene que morir, pero en mi cerebro visualizo la escena y nos veo a las dos gritando en la plaza y no voy a convencer a este personaje de nada, así que decido regalarle mi espalda, girándome mientras ella sigue despotricando, y marcharme dejándole con la palabra en la boca.
Y es que el dinero no da la clase.