Nochevieja'10 vol. 2: Camino a Murcia
Teníamos por delante más de 400Kms hasta el Puerto de Mazarrón, así que pretendíamos salir a esa hora y comer allí después de hacer el Check In en el hotel. No fue antes de las 12:30h cuando metimos las maletas en el coche y nos dispusimos a salir.
Para colmo de males, Fanny tenía que parar en el Centro Comercial a devolver una prenda, así que allí fue nuestra primera parada.
Encontramos la tienda y estábamos haciendo cola cuando se me ocurrió que, para adelantar, podía ir a sacar dinero.
Juro que no tardé tanto en encontrar un cajero en el que no me cobraran comisión y volver a donde había dejado a Fanny. Pues no entiendo cómo en ese breve lapsus le había dado tiempo a "hacerse amiga" del chico de las limas de uñas del Mar Muerto, pero mientras me acercaba me percaté (no había que ser muy perspicaz tampoco) de que era el típico comercial que te vende la moto.
Físicamente atractivo, no pude evitar que me recordara a Giorgio con ese aire de "sí, lo sé, nena, estoy muy bueno". Le envié telepáticamente a Fanny el mensaje de que nos largásemos de allí y que no se pusiese el chico a darnos la paliza. Incomprensiblemente, no lo captó y no se le ocurre nada mejor que decirle: "Ahí está mi amiga, ¡hazle lo mismo que a mí!".
Y de repente, sin comerlo ni beberlo, me encuentro en el hall del centro comercial enseñándole mis dedos a un dandy de tres al cuarto que me examina las uñas murmurando algo de "cutículas" y, sin ningún tipo de compasión ni por mí ni por Fanny, osa comentar que "las chicas de hoy en día no cuidamos nuestras manos ni nuestras uñas". Ja! Qué sabrá él de mí (y-de-mi-manicura-francesa-que-justamente-ese-día-no-me-he-hecho-para-llevar-las-uñas-perfectas-en-Nochevieja), habrase visto!
"¿Cuál prefieres que se transforme como no has visto antes?" - me pregunta. Le doy la del dedo índice de la mano derecha (pensando mentalmente en ofrecerle mi dedo corazón).
El chico (¿israelí, Fanny? No me acuerdo de dónde dijo que era...) empieza a limarme la uña con una cosa del Mar Muerto que noséqué y quenosécuantos. Yo le miro con los ojos entornados hasta que me dice con una arrogancia inusitada: "¿Preparada?". Y me tengo que quedar callada al ver mi uña reluciente como si me la hubieran pulido y pintado con esmalte a continuación. Después de vanagloriarse del resultado pero justo antes de que siga comiéndonos la cabeza, Fanny y yo salimos pitando de allí (eso sí, sin poder dejar de tocar nuestra uña, pulida con extractos del Mar Muerto).
Por fin ponemos rumbo a nuestro destino, no sin antes parar en una gasolinera a repostar. De camino a Murcia hablamos, hablamos y cantamos. Fanny tiene una bonita voz, muy afinada, aunque anda un poco queda y con un poco de carraspera. Las dos esperamos que no se ponga enferma...
Pasada la mitad del trayecto, con sólo unos fritos (milagrosos) en el estómago, paramos en un bar de carretera a comer algo, ya que el plan de salir a comer después del Check In se había ido al garete.
Afortunadamente Fanny se ha traído un gps que nos ayuda a encontrar el hotel en un periquete. El hotel resulta ser un resort en medio de ninguna parte pero rodeado de urbanizaciones de adosados idénticos entre sí, sin duda existentes gracias a algún pelotazo urbanístico. Eso sí, el hotel es nuevo y muy bonito.
Cogemos las maletas (pequeñísimas, minúsculas, con sólo "un par de trapitos" dentro para dos noches) y los abrigos y las perchas con los vestidos y... y noséquémás, pero cargadísimas, nos vamos a la recepción.
El interior del hotel es como el exterior, muy nuevo y moderno. La chica que nos atiende nos da las tarjetas para entrar en la habitación. Fanny, como me había amenazado en plan de broma, me llama "cari" para confundir a la recepcionista.
Entre risas nos vamos a nuestra habitación y, ya en el pasillo, nos miramos sin decirnos nada con la nariz arrugada. Algo huele mal. Literalmente. En el pasillo hay un leve hedor a alcantarilla o desagüe.
Al entrar en la habitación el leve hedor se convierte en una innegable peste. Llamo a recepción y les pregunto si hay problema en cambiar de habitación. Ningún problema, pero tenemos que esperar 15 minutos mientras preparan la nueva habitación.
Con todos los bártulos nos sentamos en uno de los múltiples sofás que hay en recepción. Nos avisan de que la habitación está preparada y nos dan las nuevas tarjetas. Por el pasillo, Fanny y yo volvemos a mirarnos con la nariz arrugada. "Huele un poco, no?" - me dice. "Sí, pero también huele a... ¿ambientador?" - le respondo.
Resulta ser así. Llegamos a la conclusión de que todo el hotel tiene cierto olor a alcantarilla (algunas zonas más que otras) y, al quejarnos, lo que han hecho en vez de "preparar la habitación" es rociarla de ambientador a más no poder. Aún así, entre olor a pino y alcantarilla, decidimos conformarnos, abrir la puerta del balcón y dejar que nuestras pituitarias se acostumbren.
No pasa nada, estamos contentas, nos queda por delante una sesión de spa y, lo mejor, la aventura nocturna que nos esperaba al volver de cenar...