¿Cuánto dura el mal de amores? 1ª parte.
Era octubre y yo andaba como un alma en pena, con ese horrible nudo en el estómago y con la sensación de estar como embotada.
Conocí a un chico, un portugués que se llamaba Edgar y que parecía muy maduro. A él también le habían roto el corazón, así que desesperada le pregunté: "¿cuánto dura esto? ¿cuánto? ¿un año? ¿dos? ¡¿cuánto?!"
Sentía que me sería más fácil afrontar el dolor si tenía más o menos una línea de meta, si cada mes angustioso que pasara me diera al menos la recompensa de saber que me quedaba un mes menos para estar bien, como si fuera una cuenta atrás: 11... 10... 9...
La respuesta de Edgar, aunque evidente, me dejó sin esperanza: "No lo sé, depende de la persona, supongo".
No pretendo dogmatizar, pero en este año que llevo con el blog, son muchas las personas que he ido conociendo en una situación parecida a la mía y, pensando que yo estoy más avanzada (que es MUY discutible) me preguntan cómo lo hice o cuánto va a durar, igual que yo en su momento le pregunté a Edgar.
Como estoy de acuerdo con el portugués en que dependerá de cada persona, de la intensidad del vínculo que se haya roto y de muchos otros factores, sólo voy a contar cómo lo he vivido yo y sólo hablaré de las cosas que yo he observado, que no tienen porqué ser necesariamente la norma.
Yo estaba profundamente enamorada, no como en 2000. Sabía con certeza que él me hacía sentir como nadie, cada momento era especial, nunca había decaído en mí la intensidad y nunca había aparecido una sombra de duda acerca de que lo que sentía por él no lo había sentido jamás por nadie. Cuando estábamos juntos, sentía que todo estaba bien, en orden, que estaba en casa... Además teníamos un vínculo muy especial, muy fuerte y muy profundo. Pero, a pesar de que nuestra relación siempre estuvo llena de idas y de venidas, de subidas y bajadas, aquella Navidad de 2008, cuando colgué, supe que esa vez era diferente.
He conocido a gente que parece tener la capacidad de enterrar las cosas y sólo pasar de puntillas por encima de sentimientos y emociones, como si pudieran auto-anestesiarse. No digo que no sufran, pero desde luego no parecen afrontar sus sentimientos. Es lo que llaman un duelo no resuelto. Estas personas, según yo he observado, intentan saltar a otra relación, como si realmente un clavo sacara otro clavo o como si fuera más fácil superar la pérdida si no te enfrentas a tus propios fantasmas, si no ahondas en tus sentimientos.
Pero dicen que el duelo es algo que no puede permanecer enterrado para siempre, que en algún momento acaba rezumando... Porque si alguien te ha importado de verdad, más pronto o más tarde, tendrás que enfrentarte a la idea de que ya no está, de que se ha ido, de que le has perdido para siempre. No podrás esconderte para siempre.
No sé cómo habría sido en mi caso si yo hubiese sido una de esas personas con virtud de enterrador, pero creo que ser valiente para afrontar mis sentimientos, por dolorosos que fueran, me ha ayudado. He sufrido y he llorado cada lágrima que he sentido que necesitaba llorar y creo que en el proceso de recuperación he aprendido muchas cosas sobre mí misma y he crecido muchísimo. Por desgracia se confirma en mi caso eso de que de lo bueno se aprende, pero de lo malo se aprende mucho más.
Para los deseosos, como lo fui yo, de saber cuánto me duró cada etapa, intentaré definirlo por las fases típicas del duelo, que he recogido de aquí. Es importante señalar que no es algo geométrico, que no es que donde acaba una empiece otra, no. Al menos en mi caso, se entremezclan e incluso de una pasas a la anterior y luego vuelves, en una suerte de entramado complejo:
* Impacto: Es la primera reacción: una sensación de paralización, desorientación e incredulidad. La vida se estanca y la atención se concentra en la pérdida sentimental. Se bloquean las emociones y es difícil concentrarse en las tareas diarias. Cuesta conciliar el sueño y se pierde el apetito. La etapa puede durar un día o un mes, pero no mucho más. Puede venir acompañada de síntomas físicos de ansiedad como vértigo, crisis de pánico, hiperventilación o cansancio extremo.
En mi caso un mes sería más acertado que un día... Me sentía como atenazada, todo tenía que ver con él, con nuestra relación. El mundo seguía girando, pero yo sólo pensaba en que le había perdido. No podía dormir bien, tenía lo que llaman sueño fragmentado y en mi caso los síntomas físicos, además de lo del sueño, fueron estomacales, me sentía fatal.
* Negación: Este mecanismo, que conlleva la incapacidad de aceptar que la relación ha terminado, también sucede cuando se vive la muerte de un ser querido. Hay personas que se estancan en esta etapa durante años, con la esperanza de que vuelva la persona que se fue.
Para mí en mi caso, ésta es la peor de las etapas, porque a veces aún me encuentro en ella. No es algo consciente, pero ese vínculo que yo creía tener con él, hace que a veces aún me sorprenda fantaseando con que un día aparezca en el vano de mi puerta... Porque al parecer el proceso de recuperación no es lineal, sino que va dando saltos y tan pronto puedes estar muy avanzada, como sufrir algún retroceso.
La fase de negación pura y dura me duró unos 4 meses, me negaba a creer que todo hubiera terminado, simplemente no podía ser, era imposible.
Insisto, para mí, en mi caso, ésta es la fase más dura.
* Pena y depresión: Esta emoción puede afectar tanto al que abandona como al abandonado. Suele describirse como un sentimiento de vacío, como si faltara una parte de uno mismo. Es el sentimiento que impulsa a muchas personas a correr hacia otra relación, lo cual no es algo muy saludable para la curación, aunque sí comprensible. Es importante permitirse vivir la experiencia de la tristeza sin acudir a atajos como la actividad frenética, drogas y alcohol o promiscuidad sexual. En estas circunstancias es aconsejable hablar con un psicólogo o con amigos sobre lo que se está sintiendo. La pena proviene no solo de la pérdida de la persona, sino del tiempo que se compartió y del fracaso del proyecto de pareja. La pena puede conducir a la depresión y es entonces cuando la persona se puede quedar estancada, a veces durante años. Si no se puede seguir adelante y superar la etapa, habría que buscar ayuda profesional.
Yo no diría que llegué a deprimirme, aunque la pena era tan grande a veces que no podía comer porque tenía la congoja en la garganta y los nervios en el estómago. Otras veces, de repente estabas sonriendo o incluso riéndote, pero sólo era a veces. Lo normal, y el recuerdo más impactante que tengo de esta etapa, era el de ir caminando por la calle sintiéndome triste cuando de manera consciente ni siquiera estaba pensando en él.
También sentí la llamada de la desesperación, de saltar a otros brazos. Pero después de lo de Javi lo entendí y a partir de ahí me contuve, no quería poner parches, quería salir definitivamente de aquello, superarlo y dejarlo atrás para siempre.
Esta etapa me duró hasta después del verano de 2009 (hacía ya unos 10 meses desde la ruptura). Fue también en parte gracias a Jorge y a las miles de horas que pasamos hablando sobre ello. Tanto me ayudó que ni siquiera fui consciente de cuándo salí de esa tristeza perenne, simplemente un día intenté recordar cuánto hacía que no lloraba o que se había ido la congoja y no logré recordarlo.
* Culpa: Esta emoción es sentida por aquél que termina la relación, pero también por el abandonado. En este último caso posiblemente debido a la idea de fracaso. Al pensar sobre qué fue lo que falló, el que se culpabiliza suele razonar sobre lo que podría haber sido hecho de otra forma. Si algo tiene de positiva la culpa, es que ayuda a hacer cambios en el futuro. La parte negativa y no saludable es la que lleva a culparse a uno mismo de un modo poco ecuánime e injusto. Las personas que lo hacen son aquellas que son incapaces de sentir rabia hacia la ex pareja y dirigen la rabia hacia sí mismos. Creen que todo ha sido culpa suya. Habría que recordar que el remordimiento genuino debe venir seguido del perdón hacia sí mismo. Si no se consigue superar la culpa, no es posible finalizar el duelo.
Para mí ésta es la etapa más importante, la más valiosa. Todos los que nos conocen ven en él al gran culpable de nuestra ruptura, todos los que siempre creyeron (o incluso siguen creyendo) que acabaríamos juntos, opinan que fue él el que "no estuvo a la altura" de la grandeza de lo nuestro. Esto es verdad hasta cierto punto. Su mayor culpa fue huir en vez de tener el compromiso de intentar arreglar nuestros "problemas" juntos.
Pero esos "problemas" no eran únicamente causados por él. Yo tuve mi grandísima parte de culpa hasta el punto de que ahora estoy convencida de que aunque su comportamiento hubiese sido ejemplar, igual habríamos acabado separados por mi propio comportamiento.
En esta etapa, que me duró tanto que aún sigo aprendiendo de mí misma y curándome mis carencias previas incluso a conocerle, se cayó la fachada que, con tanto esfuerzo y tanto ahínco (aunque sólo semi-inconscientemente), había logrado mantener durante muchos muchos muchos años.
El resultado: una Lorena más auténtica, más en contacto con sus necesidades, emociones, sentimientos, más ligera, con menos cargas, más honesta consigo misma, con los demás, menos preocupada, menos temerosa, más tranquila y más alegre que la Lorena de los últimos... ¿25 años?
CONTINUARÁ