Hoy hace un año
Era sábado por la mañana y salí a pasear con Monsoon. Fuimos al parque y mientras ella corría por el césped, recuerdo haber pensado que era un día estupendo, que las cosas estaban bastante bien, que estaba muy tranquila... Tanto que me había olvidado el móvil en casa de mis padres.
Al terminar el paseo, fui a mi piso y me quise dedicar a cortar guindillas de mi guindillera. Cogí una de las tumbonas que tengo en la terraza, de esas plegables, y la arrastré hasta donde estaba para poder cortar las numerosas guindillas sin necesidad de estar agachada.
Me puse los guantes de jardinería, con protector de goma en la palma y los dedos, y me senté en el borde, donde se apoyan los pies, y no reparé en que las patas plegables no estaban abiertas del todo, así que la tumbona vaciló un momento y sentí que me caía. Instintivamente no se me ocurrió nada mejor que intentar aferrar la pata con la mano derecha. Obviamente no había nada que pudiese hacer, por lo que las patas se plegaron bajo mi peso, atrapando en el cierre mi dedo anular.
Sentí una cizalla y un dolor muy intenso y supe que me había hecho algo serio, que el pellizco no había sido para nada superficial. Dejé caer el cuenco con las guindillas, que se partió en mil pedazos y, aún no sé con qué sangre fría, me levanté y abrí la pata de la tumbona con la mano izquierda, en lugar de pegar tirón para sacar mi dedo de allí.
Fui al comedor donde estaba mi bolso para coger el móvil sólo para darme cuenta de que no estaba allí. Así que pensé: "Muy bien, hay que hacer evaluación de daños". Levanté la mano derecha, que hasta ese momento había estado sujeta por mi mano izquierda y constaté que el guante se estaba empapando de sangre. Tenía miedo de retirar el guante, tenía miedo de lo que habría debajo. El dolor era tan intenso que se irradiaba hasta el codo y tan intenso que no me permitía sentir con exactitud qué me había hecho.
Retiré el guante poco a poco sin dejar de repetir en mi cabeza "mierda, mierda, mierda". Estaba lleno de sangre y mientras terminaba de retirarlo algo se clavó en la carne. Era mi uña, muy lejos de su sitio natural. Cuando por fin saqué del todo el guante me impresionó lo que vi, la yema de mi dedo estaba abierta en dos, como la lengua viperina de una serpiente. Se veía el suelo a través de mi dedo. La uña estaba cerca del nudillo, donde me la había clavado.
Sabía que necesitaba ayuda, así que con la mano izquierda recogí mi maltrecha mano derecha, haciendo una especie de cuenco para intentar evitar que la sangre siguiera cayendo al suelo. Fui a casa de mi vecina, a la que apenas había visto 5 veces y cuando abrió la puerta y me vio la mano, chorreando de sangre por encima de mi ropa, se quedó blanca. Le pedí un teléfono y fue corriendo hacia el interior de la casa. Salió con un móvil y le dije el número que necesitaba que marcara, el de casa de mis padres. Me puso el teléfono en la oreja y cuando mi padre descolgó sólo atiné a decirle: "Papá, ven corriendo, me he destrozado el dedo".
Mi vecina, la pobre, cogió papel absorbente y empezó a limpiar la sangre que había caído en el rellano e incluso vino conmigo a mi casa y limpió la de la entrada, que Monsoon se empeñaba en olisquear y lamer. Me dio más papel y me envolví con cuidado la mano en él. Me preguntó si podía hacer algo más por mí. Tenía la cara desencajada de la impresión, y le dije que no, que muchas gracias.
Cuando me quedé sola en el piso, la adrenalina corría por mis venas con fuerza y me movía de un lado al otro sin parar. Pensaba "esto no se puede arreglar", no me imaginaba cómo iban a juntarme los dos trozos de dedo y estaba convencida de que me iban a cortar la punta del dedo. Es increíble cómo funciona el cerebro. En ese momento de pánico, recuerdo haber pensado: "¿se podrá escribir bien en el ordenador sin un trozo de dedo?"
Decidí bajar, no hacía nada allí en mi piso y así adelantaría. A lo lejos vi llegar a mi padre ¡andando! con una bolsa de plástico que más adelante sabría que contenía Reflex, vendas, betadine... Lo primero que mi padre pensó en coger cuando oyó a su hija decir "me he destrozado el dedo". Corrí a su encuentro mientras le decía: "nooo, nooo, ¡¡¡en coche!!! ¡¡¡Tenemos que ir al hospital!!!".
Mi padre me cogió por los brazos y me dijo: "Lorena, tranquilízate, tu madre viene ahora con el coche, pero para adelantar he venido yo primero andando" (por increíble que parezca, mi piso está a menos tiempo andando que en coche de casa de mis padres). "Dime ¿qué te ha pasado?". Me derrumbé. Había aguantado bien mientras estuve sola, pero ahora que habían llegado mis padres, los refuerzos, sentí cómo me entregaba a él, como si volviese a ser una niña que se cae y espera que su padre la levante y la lleve en brazos.
Comencé a llorar y a hipar. Sólo podía decir: "me van a cortar el dedo, me van a cortar el dedo". Mi padre me abrazaba y me decía que no me preocupase, que eso no iba a pasar. "Tú no lo has vistoooo" gemía yo, con la mano todavía envuelta en muchas capas de papel absorbente. Apareció mi madre con el coche y mi padre le dijo que se sentara detrás conmigo mientras él conduciría.
Mi madre me abrazó en el asiento trasero del coche y me preguntó qué había pasado. Como pude le expliqué cómo me lo había hecho y cómo había visto mi dedo abierto en dos trozos. "Tranquila, tranquila, claro que te lo van a arreglar, ya lo verás" me decía mientras mesaba mi pelo. Yo lloraba e hipaba como una cría. Puede que no sea nada grave comparado con las barbaridades que sé que se ha hecho la gente, pero para mí era muy grave. Ni siquiera me habían puesto puntos antes y estaba absolutamente convencida de que me cortarían la punta del dedo.
Llegamos al hospital, mi padre nos dejó en urgencias mientras iba a aparcar y mi madre y yo bajamos. Tal y como entramos por la puerta, la recepcionista me hizo pasar corriendo (la sangre ya había empapado el papel), pero no dejó entrar a mi madre, que se quedó con mi bolso rellenando el papeleo.
Entré en un box con dos doctores, un hombre y una mujer, y me tumbé en la camilla. Yo seguía llorando aunque en silencio mientras me quitaban el papel. La doctora me preguntó con voz dulce que cómo me había hecho ese destrozo. Se lo expliqué como pude y entonces me preguntó que porqué lloraba. Le dije que no quería que me cortaran el dedo y me dijo que no me preocupara, que no me lo cortarían. "No te voy a mentir" me dijo, "te quedará una fea cicatriz porque te has hecho un bonito desastre, pero tranquila que no habrá que cortar".
No puedo describir el alivio que sentí. De repente dejé de llorar y me relajé. Ellos debatían la forma de afrontarlo y les oí hablar de mi (inexistente) uña, del lecho ungueal, de cómo coser... Cuando al parecer ya lo tuvieron claro, vino una enfermera y se prepararon. Yo lo dudé por un instante, pero decidí que era mi dedo y que debía hacer lo que fuera para que quedara lo mejor posible. Arriesgándome a que el médico se molestara, le dije: "Disculpe, cósamelo con cariño, ¿vale?". El doctor se rió y me dijo: "Tranquila, te voy a poner anestesia, no te va a doler nada". "Ya" - respondí yo - "me refiero a que me cosa como se lo cosería a alguien a quien le tuviera mucho cariño. Usted no me conoce, pero le aseguro que soy buena persona...". Le oí reírse con ganas y me dijo que podía contar con ello.
Me pincharon la anestesia y, aunque el pinchazo dolió, el alivio fue inmediato. Me sentí de maravilla al desaparecer ese intenso dolor que sentía desde el dedo hasta el codo.
Empezaron a coser y se estuvieron un buen rato. Tanto que le dije que me hiciera un corazoncito de punto de cruz, ya que estaba en ello. El médico me dijo alegre que yo tenía mucho sentido del humor dadas las circunstancias. Le contesté que era gracias a su anestesia.
Les costó mucho terminar el trabajo. Sobre todo porque sangraba mucho y tenían que estar constantemente limpiando la zona con suero. Además, decidieron no coserme la parte superior, para no modificar el lecho ungueal y permitir así que la nueva uña saliera y creciera sin problemas, aunque me dijeron que probablemente quedaría mal, de modo que intentaban cerrar el corte con tiras de sutura que no se pegaban por la sangre.
Nadie me supo decir cuántos puntos me pusieron, pero cuando ya creía que habíamos acabado, me dijeron que tenía que ir a radiología, porque sospechaban por mi herida que tenía también la punta del hueso aplastada. Efectivamente así fue, de modo que me hizo falta una cérula (y posteriormente una ortesis también ).
Remendada, vendada hasta mitad antebrazo y agotada, me pude por fin marchar a casa. Un año después tengo que decir que el trabajo de confección del médico que me atendió fue estupendo. Me cosió de maravilla y, quitando lo mal que lo pasé cuando me tuvieron que retirar los puntos, se me ha quedado el dedo estupendamente y la uña como si nada hubiese pasado. Le estoy muy agradecida.
Así que esto es lo que pasó aquel fatídico sábado que había empezado siendo tan maravilloso. Y es también un homenaje a los padres, amantes, preocupados e incondicionales. No importa el tiempo que pase y lo mayores que nos hagamos, siempre están ahí y siempre son tus padres, a los que te puedes encomendar cuando las cosas van mal. Aguanté la coyuntura bastante entera, hasta que llegaron ellos, los refuerzos, el apoyo, el séptimo de caballería... Gracias papá y mamá...
Si queréis ver el antes y el después, pinchad en el link, pero aviso de que no son agradables..:
P.D.: Acabo de leer que ETA ha anunciado un alto al fuego (ver noticia aquí). Espero que esta vez sea la buena y el 5 de septiembre de 2011 podamos escribir sobre el aniversario del fin de la violencia en el País Vasco.