Giorgio era bastante guapo. Tenía 34 años y era delgado, no muy alto, muy moreno de piel y de pelo y tenía unos preciosos ojos de color verde. La nariz fina y la boca muy bonita, de labios gruesos y marcados.
Empecé a sopesar las diferentes probabilidades que había y encontré tres:
a) Giorgio era simplemente un hospitalario florentino (porque me contó que era de Florencia aunque llevaba viviendo en Roma un año por sus estudios) que quería pasar el rato contándole cosas interesantes a una pobre chica turista que viajaba sola.
b) Giorgio quería tirarme los trastos y ligar conmigo.
c) Giorgio era algún tipo de timador como
el de la cámara de la Fontana di Trevi que, cuando menos me lo esperara yo, me intentaría sacar dinero.
d) Giorgio era un piscópata asesino embaucador de chicas turistas a las que secuestraba en su motocicleta y después mataba sádicamente.
Vale, descartada la opción d) por estar en un sitio transitado a plena luz del día, me quedé con las otras tres.
Así que mientras nos sentábamos, le dije alegremente: "¿Cuánto va a costarme esto?". Él se giró y me miró.
- ¡Nada! ¡Niente! Nothing! Lo hago porque me pareces una chica simpática y yo tengo un rato libre. Además, me caen bien los españoles. Como te decía antes, mi tío vive en Granada y he estado allí cinco veces, es una ciudad preciosa. Como Barcelona, qué espectacular Gaudí...
Seguía hablando rapidísimo, casi todo en inglés. Me contó que Italia no debía ser conocida sólo por la pasta, sino que tenían excelentes pescados y excelentes vinos.
Nos sentamos y saqué el mapa. Yo no podría decir que estuviera tranquila y relajada. Me daba cuenta de que estaba un poco a la expectativa, en tensión. Él empezó a contarme a toda prisa acerca del Panteón, de la Fontana di Trevi, me iba haciendo preguntas y cuando yo respondía bien, él exclamaba un
"bravissima!!".
Estaba empezando a descartar la opción c) cuando me dijo algo que me descolocó:
- La verdad es que tengo bastante sed - Yo pensé: "ahora es cuando me dice de ir a tomar un café y la opción correcta era la b)" - ¿Qué te parecería si cojo un momento la moto y voy a por un vino de aperitivo? No tardaré ni dos minutos.
- Ah, vale - dije yo un poco extrañada por la parafernalia de coger la moto para ir a por una botella de vino (¿no se puede beber agua?) para veinte minutos que supuestamente le quedaban antes de irse a la universidad.
Él se levantó y añadió algo que aún me descolocó más:
- Una cosa, en Italia, supongo que como en España, cuando yo quedo con mis amigos para cenar, unos pagan la bebida y otros el carbonara. Quiero decir que voy a por la botella y luego pagamos mitad y mitad, ¿ok?
Aquello me dejó fuera de juego. No es que me importara pagar pero, ¿por qué iba yo a querer pagar a medias una botella que él se empeñaba en ir a comprar? Me pareció un poco raro y, definitivamente, descartaba la opción de que quisiera ligar conmigo.
- Bueno, vale - le contesté - pero tampoco vas a comprar una botella de un millón de euros, ¿no?
No lo dije por el precio de la botella, sino porque intuí que tal vez ahí estuviera el "
timo de la estampita": él se ofrecía a contarme cosas de Roma, luego iba a por algo de beber que le costaba 2 € y me decía que le había costado 20€ y vete tú a saber qué intentaría sacarme después.
Yo siempre he sido muy confiada, así que he tenido que forzarme a pensar lo de "malpiensa y acertarás" y claro, estaba en Roma, donde a cada dos pasos había alguien intentando sacarme dinero: el pakistaní de las rosas que insistía e insistía y hasta te las metía entre los brazos, el indio de la Polaroid, el del puestecito que intentó soplarme 25€ por un rosario para mi abuela y acabé comprándolo por 6€, el de la recogida de firmas para la lucha contra la drogadicción que resultó querer al menos 5€ de donativo, por no hablar de los incontables mendigos... En definitiva, desde mi primer día allí me di cuenta de que todo el mundo quiere algo, sólo que unos son descarados y pesados y otros sutiles.
Además, se unía al hecho de que yo estaba sola. Parecerá un cliché, pero yo era una chica, sola y extranjera: un blanco perfecto.
Me sentí intranquila e incómoda. Mi cerebro barajaba cientos de posibilidades. Me debatía entre quedarme, poner un poco de riesgo en mi vida e irme. ¿Y si cuando volviese lo hacía acompañado? ¿Quién era el tipo que estaba durmiendo en la hierba justo a nuestro lado? ¿Realmente querría dinero? Porque la verdad es que si hubiese ido a las claras, tal vez le habría dado dinero sin problema. Pero ese discurso tan rápido, tan mecánico, ¿tan aprendido? Simplemente no parecía espontáneo. Y total, si sólo le quedaban diez minutos antes de irse...
Pensé en llamar a alguien que aportara algo de sensatez, tanto para decirme que estaba siendo una paranoica, como para decirme que echara a correr, pero después de la
entrada que había escrito (con el móvil) esa mañana, no se me ocurrió a quien llamar, ya que mi madre no contaba, estaba claro que ella habría dicho: "¡¡¡¡¡¡correeeeeeeeeeee!!!!!"
En fin, barajando posibilidades estaba cuando caí en la cuenta de que sólo tenía un billete de 50€ y algunas monedas. De ninguna de las formas le daría un billete de 50€ para que fuera a por cambio, ¿qué debía hacer?
Decidí que mientras elegía qué hacer lo primero era conseguir cambio y me encaminé a un bar cercano para, de paso, comer algo ya que no lo había hecho desde el desayuno.
Una vez que tuve cambio, descubrí a mi lado salvaje diciéndome que me arriesgara, no ya por la explicación de Roma, sino por la morbosa curiosidad de saber de qué iba todo aquello. Me metí en el cuarto de baño (y esto es verídico) y dejé 10€ en la cartera y escondí el resto de billetes en mi ropa interior.
Pero me miré al espejo y pensé: "¿Qué haces, Lorena? Si no lo tienes claro, no te arriesgues". Decidí entonces poner en una balanza qué podía ganar y qué podía perder. Podía ganar una explicación experta de Roma (aunque ya sabía la mayoría de las cosas que me contaba por mi audiguía) por parte alguien agradable. O podía perder dinero y pasar un muy mal rato si la cosa se ponía fea de verdad.
La decisión estaba clara. Salí temerosa por la puerta del bar donde, a lo lejos, veía los papeles de los periódicos volar por la ladera donde nos habíamos sentado. Ni rastro de Giorgio, así que apretando el paso me alejé del Circo Massimo y, por ende, de Giorgio para siempre.
Supongo que nunca sabré cuáles eran sus verdaderas intenciones, pero simplemente (y lo digo orgullosa) preferí no arriesgarme.
El resto de mi última tarde pasó un poco sin pena ni gloria, ya que me había entretenido demasiado y me habían cerrado San Pietro in Vincoli (sí, me perdí el
Moisés de Miguel Ángel que además me había recomendado Giorgio) y también Santa Maria Maggiore.
Estaba caminando decidiendo dónde cenar cuando me encontré con una pareja que eran españoles y fuimos andando los tres hacia Piazza Navona, que es donde querían cenar ellos. Sopesé la idea de acoplarme, pero decidí que yo no quería llegar hasta tan lejos para cenar y acabé separándome y cenando en un restaurante para darle una segunda oportunidad a mis adorados espaguetis a la carbonara. Estaban mucho mejor que los otros, pero decepcionantes también, la verdad.
Después de eso me fui al hotel con la intención de intentar conectarme a internet y hacerme la maleta, ya que tenía que levantarme temprano.
Intentando conectar estaba cuando apareció de nuevo Joe, quien decidió sentarse a mi lado a tomarse un Capuccino y contarme qué tal había ido su día.
Yo estaba cansada y con ganas de hacerme la maleta y acostarme pronto porque tenía que levantarme a las siete de la mañana y allí estaba Joe, pesadito, no captando las indirectas, enseñándome las decenas fotos todas muy parecidas que había hecho con su móvil a Central Park, a la playa donde vivía, a sí mismo en la playa y con bañador...
Me pidió mi número de teléfono y me dio el suyo, lamentando que hubiésemos coincidido justo el último día ya que podríamos haber salido por ahí. Añadió que tal vez yo le diera ahora un motivo para visitar España...
El teléfono que le di era falso.
Subí, hice la maleta y me acosté. A la mañana siguiente me subiría en un avión para volver a España y dejar atrás esa preciosa ciudad y la experiencia de haber viajado sola por primera vez.
(mañana el desenlace de Giorgio...)