Viernes... Sábado... Domingo...
Un pequeño corte aquí, un poco de color allá y verte en el espejo igual, pero distinta.
Viernes de llegar a tu casa sonriente ya tarde y ponerte música mientras te arreglas para salir.
Algo de sushi, un par de makis y algún pequeño roce después, ir a tomar una copa en buena compañía.
Reírte y charlar y encontrarte por sorpresa con antiguos amigos.
Un concierto pésimo y las risas que produces intentando justificar a los pobres que están encima del escenario. Más risas cuando acabas admitiendo que no se puede defender lo indefendible.
Llegar a casa tarde, casi afónica de hablar a gritos y cansada.
Y no podértelo creer el Sábado por la mañana cuando abres los ojos y ves que sólo son las 8.30h y ya hace calor y tu adorable perrita piensa entonces que ya debe ser hora de levantarse y te está dando besitos.
No poder volver a quedarte dormida por el calor y resignarte a levantarte todavía más afónica que la noche anterior.
Regalarte una mañana de manicura y pedicura, de dejarse mimar, de dejarse hacer.
Y comer lo que a uno le da la gana le pese a quien le pese. Y con la panxita llena comprarte unos vuelos para ir a Málaga a la feria, que el verano está para disfrutarlo.
Echarse una siesta. Y que te despierte una llamada de trabajo. Y tener que hacer tú otra en consecuencia. Y luego otra y luego otra... Hasta que te resignas y vas a la oficina porque será más rápido.
Y devorar unas fajitas de pollo con un hambre animal y echarte en el sofá a ver una peli conmovedora.
Y despertarte el domingo con la sensación de que hoy sí, hoy sí has dormido. Y preparar las cosas para ir a la playa. Y admirarte y comentar lo bonitas que son las playas de tu ciudad y lo poco conocidas que son, pero mejor, porque por eso puedes escoger dónde poner tu toalla. Y reírte porque a las 14.00h no queda nadie en la playa porque en Castellón todo el mundo se va a comer la paella a casa.
E irte tú también a comer al maset donde te esperan la familia y una tremenda paella para 18. Después un cumpleaños y después irte corriendo a ducharte porque llegas tarde al cine.
Y, finalmente, llegar a casa agotada, morena, contenta y quedarte dormida sintiéndote todavía mecida por las olas de tu Mediterráneo.