Cómo podría haber tenido mi vida resuelta y no lo aproveché vol. II
Tenía yo por aquel entonces 18 años. Estaba en primero en la universidad y mis padres me habían regalado por mi cumpleaños un "vale por un carnet de conducir" con la condición de que empezara a ir a clase después de los exámenes.
Llegó el verano y me apunté a la autoescuela de al lado de casa. Resultó que esa autoescuela tenía un acuerdo con la Asociación Gitana de Castellón para ayudar a la gente (sobre todo a los miembros analfabetos) a sacarse el carnet.
A raíz de esta colaboración me sucedieron dos anécdotas curiosas. La primera fue que yo compartía horario de prácticas con un hombre gitano, mucho mayor (él tendría más de 40 años), prácticamente analfabeto, que llevaba como 25 intentos de aprobar el examen práctico. De hecho, recuerdo que siempre decía que lo único que quería ya en la vida era sacarse el maldito carnet y que cuando muriese, quería que se lo pusieran en la lápida, enmarcado en cristal.
A medida que mis prácticas avanzaban, íbamos coincidiendo más. Empezó a traerme naranjas cada mañana que, según él, robaba del huerto de al lado de su casa.
Cuando mi cita para el examen se acercaba (él había vuelto a suspender) comenzó a decirme a diario que se había enamorado de mí, que me casara con él porque aunque no podía ofrecerme nada y seguramente tendríamos que vivir debajo de un puente, si tenía que robar por mí, lo haría sin dudar con tal de que jamás me faltara comida que llevarme a la boca.
Fue mi primera proposición de matrimonio.
Y la segunda anécdota, probablemente mucho más acorde con el título de esta entrada, me pasó un tiempo después de sacarme el carnet. Era verano y me llamó mi ex-profesor de la autoescuela. Me sorprendió que lo hiciera ya que hacía meses que no nos veíamos.
Me contó que le habían pedido ayuda en la Asociación Gitana porque habían organizado un encuentro intercultural con gitanos de otros países europeos y necesitarían traductores. Mi ex-profesor recordó que yo hablaba inglés y francés y me llamó para pedirme el favor de ir.
La experiencia fue increíble. Yo estaba a cargo de hacer de intérprete de una gitana francesa, un gitano inglés y uno búlgaro, Marie, Peter y Hristo. Las diferencias eran extremas. Marie tendría unos 45 años y era un alto cargo en una importante universidad francesa. Hristo, de unos 30 y muchos, era profesor en la universidad de Sofía, mientras que Peter era un gitano nómada de más de 50 años que vivía de la agricultura y de ser feriante.
Mientras Marie y Hristo vestían con traje y chaqueta, Peter, que en su juventud debía haber sido muy rubio, llevaba su pelo largo recogido en una coleta. Dos gruesas patillas le enmarcaban la cara y vestía con camisa, chaleco y un pañuelo rojo alrededor del cuello. Si no fuera por su pelo tan blanco y sus ojos azules, diría que no podía ser un gitano más típico en su aspecto.
La mayoría de sus debates con los miembros de Castellón versaban sobre la conveniencia o no de la integración de los gitanos en la sociedad "paya". En la misma asociación de Castellón estaban divididos por este tema, unos abogaban por la integración total, mientras otros consideraban que ello acarrearía una irremediable pérdida de sus creencias y costumbres.
Marie y Hristo, perfectamente integrados en las sociedades de su país, afirmaban vehementemente que la coexistencia de ambas culturas era posible, mientras que Peter era un acérrimo defensor del modelo de vida que él consideraba puro. Me contó orgulloso que como dote por la boda de su hija le había regalado a su ahora yerno el mejor regalo que un padre podía hacer: una caravana para proseguir con su vida nómada con todas las comodidades.
Lo cierto es que Peter en seguida me cayó bien, era entrañable y muy cercano a pesar de sus convicciones con respecto a "nosotros". Amablemente me indicó que dejara de referirme a mí misma como "paya", ya que para ellos era un término despectivo y yo le caía bien.
El segundo y último día de la convención, hubo una cena de despedida en un céntrico hotel de mi ciudad. Me vestí acordemente y me presenté en el hall de llegadas. Para mi sorpresa, tuve que esperar con las mujeres, ya que no estaba permitido que hombres y mujeres compartieran la misma sala mientras tomábamos el aperitivo y aguardábamos para entrar en el comedor.
Las dos traductoras que estábamos allí éramos precisamente mujeres, de modo que nos chocó la idea de que prefiriesen prescindir de nuestros servicios de traducción (todos los invitados extranjeros menos Marie eran hombres) con tal de preservar la tradición. Resultó que sorprendentemente se entendían bastante bien en Rom (o Romaní) que es su lengua étnica y que se ha transmitido de generación en generación.
Cuando nos llamaron para que entrásemos en el comedor, nos comunicaron el orden en el que debíamos sentarnos. Me había tocado entre Hristo y Peter y éste último ya me dijo socarronamente que tuviese cuidadito con el búlgaro.
La cena fue muy agradable. Yo me reía mucho con las ocurrencias de Peter y las caras que mis dos acompañantes ponían ante algunos platos. Y, casi sin venir a cuento, de repente me dice Hristo:
- ¿Cuánto crees que estaría dispuesto a aceptar tu padre por ti?
Yo creí que era una broma y me reí. Hristo se explayó:
- Tengo tres esposas y estoy buscando una cuarta. Tengo un sueldo increíble y estaría dispuesto a pagarle a tu padre varios miles de dólares si hiciese falta. Mi casa es grande y te garantizo que vivirías como una reina. A mis otras esposas les encantaría tener a una jovencita como tú con ellas.
Empecé a pensar que me lo decía en serio y la sonrisa se me iba borrando de la cara mientras Peter me decía casi al oído:
- Lo dice en serio. Los gitanos de su país acostumbran a tener varias esposas, no es de broma.
Yo no sabía dónde meterme, intenté hacerme la graciosa y le dije que no tenía suficiente dinero para lo que mi padre iba a pedir por mí, pero él, muy serio, me respondió diciendo: "¿De cuánto estaríamos hablando?".
Por suerte para mí, Peter advirtió mi incomodidad y decidió interceder diciéndole a Hristo que en todo caso, yo sólo me casaría con él porque el búlgaro era demasiado joven para mí y, a continuación (¡gracias a Dios!), desvió el tema y no se volvió a hablar del asunto.
Así que, en resumen, ya he perdido dos oportunidades de ser una mantenida pero sinceramente... ¡¡espero que no haya una tercera!!