Resacón post-navideño
Este año en Nochebuena no coincidimos con mis tíos "los chungos", eso ya fue un buen comienzo. Supongo que cada uno (o al menos la mayoría de las personas) tendrá a algún familiar indeseable o cuanto menos "duro de tratar". Pues en mi caso, esos son los que generalmente pasan la Nochebuena con nosotros.
Y es que mi padre es el mayor de 8 hermanos, por lo que tradicionalmente se han turnado para pasar unos la Nochebuena y otros la Navidad con mi abuela. Es lo que pasa cuando no puedes meter a 30 personas (contando parejas e hijos) en un comedor.
En fin, pues este año estaban mis tíos "guays" y mi primita de 2 años. Y, quitando el discurso del Rey que como cada año nos hizo ver mi abuela, lo cierto es que no tuve ni un momento de aburrimiento. Después de la panzada de marisco que me pegué (como ya anticipé en mi entrada anterior), toda la velada me la pasé con mi primita, que se encaprichó conmigo y me tuvo jugando a Mickey y Minnie, al tren de la bruja y a los Tres Cerditos toooda la noche. ¡En qué momento se me ocurrió cantarle esa canción que mi madre solía cantarme por las noches! Creo que la canté no menos de 20 veces. Al final cantábamos a dos voces, porque la niña se la sabía ya de memoria. Y en cuanto acabábamos de cantarla, "otra vez, teta" me decía y ¡vuelta a empezar!
Lo gracioso fue que la canción dice: "y calentitos todos en pijamaaa". Yo le decía a la niña: "Y calentitos todos en....." Y la niña decía: "la camaaa". Y yo: "no, cariño es 'en pijama' ". Así cada vez, hasta que la vez que hizo 20 se me queda mirando escrutadora y muy seria me dice: "Pero estaban en la cama con el pijama, ¿no?". Y le contesto: "Sí". Y ella: "Pues vale".
Sin comentarios, lógica aplastante. Ni que decir tiene que no le rectifiqué ni una vez más.
Entre pitos, flautas, cerditos y figuritas de mazapán, nos dieron la una de la madrugada. Todos nos fuimos. Unos a casa, y otros salimos a dar una vuelta, aunque me recogí tempranillo porque al día siguiente nos esperaban más acontecimientos.
Y no desmerecieron en absoluto. Al mediodía fuimos al maset (que viene a ser una masía pequeña) y comimos con la familia de mi madre, incluyendo a una hermana de mi abuela, su marido, sus dos hijas, su nieto, una amiga italiana y un amigo angoleño de una de las hijas. En total 17 personas comiendo paella amb pilotes. Pero lo mejor fue en la sobremesa, cuando el coro de voces blancas (léase mi abuela y su hermana) sacaron el folleto con villancicos que les habían dado en la iglesia esa mañana y, totalmente desafinadas y fuera de ritmo, empezaron a cantar, exhortándonos a acompañarlas. No querréis saber cómo quedó el "Adeste fideles" con esos agudos. "Ahí ya no llegamos, me decía mi abuela". Madre mía, creo que aún me chirrían los oídos...
Me lo estaba pasando bien. Mi misión consistía en marcar el ritmo, intentando que no se atropellaran los unos a los otros. Marcaba con una especie de bastón, pero lo cierto es que no sirvió de nada: a mis frenéticos aspavientos respondían mi abuela y su hermana con total indiferencia. No tenía por menos que morirme de la risa.
Sin embargo tuvimos que irnos pronto, mis padres y yo teníamos un "evento" al que asistir. En serio, ¿quién organiza un evento el día de Navidad a las 18.00h? Pues ahí estaba yo, en esa casa lujosa, plagada de decoración navideña. Nada más llegar ya me quería ir, pero no se puede, hay que savoir être... Estábamos con parte de lo que podríamos llamar la jet set castellonense... Si es que eso existe...
En la entrada nos esperaba un fotógrafo (profesional, por supuesto) para hacernos una foto en familia y con los anfitriones. La habitación que normalmente sirve de gimnasio (sí, sí, la típica habitación-gimnasio que todos tenemos en casa), estaba habilitada con barras de percheros para colgar los abrigos. Incluso habían colocado el cartel de "Guardarropía" sobre la puerta.
Habían vaciado otra de las habitaciones y habían puesto mesas pequeñas y juguetes y, allí, la profesora particular de francés de los hijos (de 4 y 2 años) y otra chica, vestidas de mamá noel, se encargaban de cuidar a los niños en esa guardería improvisada.
Y después llegabas al salón. Un salón que debe ser igual de grande que mi piso entero. Todo engalanado, lleno de gente, con una barra libre donde servían de todo (aunque lo más popular era el champagne Moët et Chandon rosado), cinco camareros con bandejas llenas de delicatessen, un cortador de jamón de jabugo, una mesa llena de comida y, lo más espectacular, una inmensa fuente de chocolate, que en su base tenía multitud de platitos con frutas para pinchar y rebozar de chocolate.
Yo, con la paella aún en la garganta, no probé bocado aunque todo el mundo decía que el jamón y el chocolate estaban deliciosos.
La cuestión es que se me hizo eterna la estancia allí y no veía el momento de irnos. Cuando por fin se levantó la veda y ya no quedaba mal que nos fuéramos, los anfitriones nos hicieron un regalo a cada uno. A mi padre le regalaron un aireador de vino Venturi y seis botellas de vino. A mi madre le regalaron un abrigo y a mí unos zapatos de Rebeca Sanver (que por cierto aún no he estrenado). Absolutamente excesivo todo. No hay otra palabra. Excesivo.
Con los pies destrozados de la noche anterior y de tanto estar de pie, llegué a mi casa, exhausta y con ganas de ducharme e irme a dormir.
Y así llegamos al día 26. Mi mesa de ocho personas, llena hasta arriba de comida para cuatro. De nuevo excesivo. Menos mal que procuro no pasarme, porque si no habría acabado con gastroenteritis en el hospital. Por la tarde películas en familia y juegos de mesa hasta la madrugada, ¡me encanta esa parte!. Y es que las navidades, te gusten o no, por lo menos parece que te dan la excusa perfecta para estar con la familia haciendo cosas juntos. Lo cierto es que lo disfruté y me reí muchísimo.
Por desgracia mañana (o mejor dicho, hoy) es Nochevieja... pero el porqué de ese "por desgracia" lo contaré en otra ocasión... ¿Tal vez mañana (o mejor dicho, hoy)? ;)