Jose.
Habíamos contactado hacía un tiempo. A mí me llamó la atención su forma de escribir, con mucho estilo y muy correcta tanto gramatical como ortográficamente. Él me había enseñado algunas cosas que había escrito y habíamos hablado unas cuantas veces por teléfono. Jose es de Valencia y tiene 39 años.
Un día entre semana decidimos quedar ese sábado para tomar algo y cenar. La verdad es que a mí no me apetecía mucho. No teníamos una relación muy habitual y me daba un poco de "corte", pero aún así accedí porque pensé que sería una buena velada. Sinceramente, quería intentar quedar con gente más mayor después de lo inmaduro que me había parecido Edu.
Sin embargo me llamó el viernes para decirme que se acababa de acordar de que el sábado jugaba el Valencia contra el Madrid. Yo, ilusamente, pensé que lo que le pasaba es que quería verlo y le dije que no se preocupara, que como a mí me gusta mucho el fútbol (y soy del Madrid), podíamos ir a verlo antes de cenar a algún sitio, sin problema. Él titubeó y me dijo: "Ya... pero es que... juegan en Valencia... y soy socio...". Entonces lo comprendí: quería ir a ver el partido a Mestalla.
- Ok, no hay problema - le dije. Y acabamos quedando el domingo.
Llegó tarde (¿soy yo la que inspiro que mis citas se retrasen?) y llegó también con su BMW (éste no era un deportivo, sino un coche familiar). Nada más sacar la pierna para bajar del coche lo primero que vi fue una mancha de aceite enorme en sus vaqueros viejos. Daba la impresión de que la última vez que esos pantalones vieron la lavadora, Franco aún gobernaba.
Era un contraste raro, de cintura para arriba venía muy arreglado, con el pelo repeinado con fijador y una camisa azul marino (¿o era negra?) muy bonita. Sin embargo los pantalones (que le venían grandes) daban grima y los zapatos estaban sucísimos, llenos de barro seco por los lados. Y eso sí, de aspecto me pareció muy mayor, mucho más de los 9 años que me sacaba.
Puede que parezca que me fijo demasiado en esas cosas, pero no porque les otorgue especial importancia, sino porque:
a) Soy muuuy observadora.
b) Considero que una imagen vale más que mil palabras.
c) Creo a pies juntillas eso de que no hay una segunda oportunidad para crear una buena primera impresión.
¿O es raro que uno piense que la primera vez que va a ver a alguien tiene que tener un buen aspecto? Obviamente no me refiero a que tienes que ir como si fueras de boda, pero sí que opino que la otra persona va a recibir mucha información mía sólo con ver mi aspecto. Eso significa que yo obviamente pensé que Jose era un poco descuidado, poco aseado y que no parecía estar muy preocupado de lo que yo pudiera opinar al verle.
En vez de ir en coche hacia donde yo había pensado tomar algo, decidió que fuésemos a pie. Le advertí de que eran unos 15 minutos y dijo que no le importaba, pero cuando llevábamos 10 minutos andando, ya se estaba quejando de lo lejos que estaba el sitio. Estuvimos tomando algo mientras estaba jugando el Villarreal contra el Barcelona, así que prácticamente sólo hablamos de fútbol.
No había nada de química. No es que yo estuviese esperando sentirla, ni me estoy refiriendo a química en plan sexual, pero es que no había ninguna conexión entre nosotros: la conversación no fluía, nos quedábamos a ratos en silencio, sin saber de qué hablar. "Aburrimiento", ésa es la palabra.
Quizás debimos dejarlo ahí, pero nos fuimos a cenar. Supongo que a los dos nos sabía mal decir en voz alta: "oye, mira, esto no funciona".
El restaurante estaba al lado de donde estábamos tomando algo. Llegamos, pedimos y seguimos "charlando". Él me contó un par de anécdotas divertidas de sus viajes y esa parte estuvo bien, aunque una anécdota acerca de un viaje a Ibiza se hizo demasiado larga y repetitiva, como si los dos temiéramos que al terminar nos íbamos a quedar sin tema de conversación.
Él empezó a mirar el reloj de vez en cuando. Yo, más disimulada, veía la hora en su móvil, que estaba encima de la mesa. Una vez, mientras yo le contaba algo, él disimuló un bostezo. En definitiva, usando un término futbolístico, estábamos los dos pidiendo la hora.
Llegó la camarera a retirar los platos y preguntó si queríamos postre. Cuando los dos dijimos que no, él se apresuró: "La cuenta, por favor!" Jajaja!! Fue una situación graciosa, porque yo creo que ya no teníamos ganas de alargarlo más ninguno de los dos.
Él no me dejó pagar y nos fuimos. En el camino de vuelta, se quejó otra vez (o mejor dicho, varias veces) de lo lejos que había aparcado. Llegamos al coche y ahí sí me pareció que él quería alargar un poco la cita, pero juro que yo no tenía ningunas ganas, así que le dije un "buenas noches", le di dos besos y me fui.
Jose desapareció de mi vida sin dejar ningún rastro. No eché de menos nuestras conversaciones ni por chat ni por teléfono. Es un fenómeno raro que pocas veces (o ninguna) me había pasado. Simplemente desapareció.
Por supuesto, tampoco volvimos a quedar.